SANTAGUA
- Silviana Cruz
- 28 sept. 2016
- 2 min de lecture

Prólogo
Santa María de las aguas
Contaban los viejos entre los más viejos, haber escuchado de antepasados varias veces lejanos que en tiempos de la conquista, cierta noche de tormenta, un galeón naufragó cerca de una pequeña bahía en la costa de lo que entonces era la Capitanía General de Venezuela. Por un milagro, sólo dos tripulantes, un franciscano y un marinero, lograron alcanzar la playa con vida.
Dado que el sitio parecía desierto, los sobrevivientes abandonaron las blanquísimas arenas de la playa para explorar tierra adentro en busca de ayuda.
Pronto llegaron hasta un lago flanqueado por una caída de agua que alimentaba un riachuelo de montaña. Todo en el lugar parecía extraordinario y algo indescifrable flotaba en el ambiente. La espesura lucía infinitas tonalidades de verdes que el sol hacía brillar como estrellas. Abundaban las flores, las aves e incontables árboles y palmeras se erguían buscando el intenso azul del cielo. Los náufragos se deslumbraron.
–Parece el Edén–, murmuró el franciscano
–Tenemos agua dulce, hay pesca y podremos dormir sobre alguno de estos árboles–, apreció el ojo ducho de Justino, el marinero, mientras examinaba el paraje.
Pero quisieron el hambre y la fe, excitados por el entorno, que el religioso viera una intervención divina en las formas caprichosas del peñón que tronaba en lo alto de la cascada.
–¡Mira!–, gritó señalando hacia el peñón. –¡Es ella!, ¡es Nuestra Señora!
–¿Cree vuestra merced que sea un milagro…?–, el marinero
no se atrevió a dudar.
–¡Sí que lo es! Ahora entiendo todo, la tormenta, la mar embravecida, el naufragio, que seamos los únicos sobrevivientes… Nuestra Señora quiso permanecer aquí.
Fray Toribio, como se llamaba el monje, era un devoto mariano que venía desde Sevilla custodiando una imagen de la virgen por encargo de la arquidiócesis de Caracas. Pero el siniestro había contrariado sus planes de construir una iglesia donde ungir la imagen lejos de la ciudad.
–¿Quiere decir que Nuestra Señora desea estar en el fondo del mar?– Interrumpió Justino los pensamientos del otro.
El fraile volvió a guardar silencio para emerger aún más convencido
–¡Sí, eso es!, Santa María de las aguas– pronunció emocionado.
Tiempo después, se fundaba en esas tierras el pueblo de Santa María de las aguas. Fray Toribio vio cumplido su sueño de construir una iglesia dedicada a la virgen de las aguas en las cercanías del lago Santa María cuyas aguas se consideraban milagrosas.
Esta es la historia del pueblo al que llegué con mi familia un soleado día de mi infancia.
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